Otra creación de mi hermano. #proud
El cambio
–…digas lo que digas, yo sé que tengo razón –dijo de una manera casi terminal (y un poco cómica) para evitar una discusión absurda sobre un tema absurdo.–Ok, ok… si te ayuda a dormir a la noche, vamos con eso… – dijo el otro y ambos estallaron en carcajadas. Un par de chicas que subían las escaleras, mientras ellos bajaban, se dieron vuelta y echaron unas miradas de reprobación.–Pasantes… –dijo el más alto de los dos.–Bueno, –interrumpió el otro –si no fuera por ellas, el panorama de esta empresa sería simplemente la señora Mendelewicz (que debe tener entre cien y ciento cincuenta años, y renguea con una pierna) o la secretaria del cuarto piso (y ya sabes lo que pienso de ella), asique tendrías que estar más agradecido –.–Pero la vieja me cae bien a mi… y a veces se te queda hablando también – dijo enarcando una de las cejas rápidamente –, pero las chicas son las chicas… – e inspiró haciendo un ruido ronco.Eran las seis y veintidós de la tarde de un viernes de Julio. El día se acercaba a su fin, frío, gris e invernal en ese lado del hemisferio, y, aparentemente, sin ningún apuro. Los dos amigos habían decidido salir a fumar un cigarrillo, como todas las tardes hacía un par de años, ya que desde que la empresa se había declarado “libre de humo” –esos malditos ambientalistas que no comen carne, como decía uno de ellos –, debían literalmente tener los dos pies afuera para dedicarse a una de sus drogas legales favoritas. Todavía les parecía una locura que cualquiera pudiera virtualmente entrar borracho y con resaca al trabajo, pero prender un cigarrillo era considerado un delito. Una empresa dedicada a la comercialización y gestión de proyectos de protección ambiental a otras empresas y gobiernos estatales y municipales, debía –por definición –, dar el ejemplo en estas cuestiones. Empezando por sus empleados.
En realidad ni siquiera trabajaban en la misma oficina. Uno pertenecía a la división comercial, encargado del departamento de ventas, y el otro a la división financiera, en contabilidad. Una repentina mudanza al tercer piso, para agilizar el envío de información, resultó en la ubicación de la oficina del jefe de ventas, adyacente a la de contabilidad. Algunas reuniones de trabajo, las fiestas de la empresa, o algún partido de fútbol, habían hecho que se genere una amistad.Ambos gozaban de cierta jerarquía en la empresa, incluso tenían un puñado de personas a su cargo, pero de todas maneras tenían que responder a los jefes. Los Jefes. Ese tipo de gente que cuenta con la proporción exacta entre suerte y la capacidad de saber exactamente qué culo lamer. Otros muchos lo intentan pero sólo consiguen ser una patética versión de un perro faldero.
Mientras enfilaban a la puerta principal, un armatoste de vidrio y bronce pulido, atravesando el hall de entrada al edificio, una especie de sala de estar, piso de mármol blanco, sillones negros de imitación de cuero, diseño minimalista perfectamente iluminado, los dos observaron al guardia de seguridad del turno nocturno. Un gordo grasiento de unos ciento diez kilos, dientes amarillentos, ojos pequeños, con aureolas de transpiración debajo de las axilas, incluso en invierno, y una mancha en la camisa, justo por encima del ombligo, seguramente resto de algún almuerzo o cena de la semana. Estaba todo a la vista. Una persona sumamente desagradable. Por fuera y por dentro.– ¿Qué tal la guardia hoy… eh? –dijo el más alto, no pudiendo recordar nunca su nombre. Sabía que a nadie le caía bien aquel hombre, y mucho menos a él, pero la convención social lo obligaba a saludar.–Nada que no pueda controlar, claramente… –dijo el gordo con aire de suficiencia. En algún momento había pertenecido realmente a la policía, pero una denuncia por gatillo fácil, y una dudosa resolución de cierto juez mediante, habían derivado en la destitución de su cargo. Pero nada de ir a la cárcel.–Simpático como siempre… – dijo el otro por lo bajo. El alto reprimió una sonrisa lo mejor que pudo.–Sí –dijo ahora que estaban a unos pasos del gordo y no escuchaba –, si nuestra seguridad dependiera de que el gordo haga algún esfuerzo más que el de abrir y cerrar la mandíbula, eso sí va a ser algo que no pueda controlar. Claramente. –dijo poniendo énfasis en la última palabra. El otro rio con fuerza mientras abría la pesada puerta y lo invitaba a salir.
El encendedor de bencina centelleó una vez, y luego otra en la penumbra de la calle y finalmente apareció una llama brillante, acompañada por el punto rojo característico de un cigarrillo al ser encendido. Era ese horario en el que, ya casi oscuro, no todas las luces de la calle están encendidas. En cuestión de minutos la noche se iluminaría mecánicamente.El más alto le alargó el encendedor al otro y observó las volutas de humo que acababa de exhalar.– ¿Y qué tal con esa Clara que me contaste que estabas viendo…? –dijo el otro, al terminar de encender su cigarrillo devolviéndole el encendedor.–Laura… – tomó el mechero con un rápido movimiento, como ofendido por el error de su amigo.–Clara, Laura, Carlos. Es lo mismo –le respondió el otro encogiéndose los hombros por el viento frío que soplaba.–Bien, bien. Bah… no sé, es que las mujeres… ––Ya te lo dije mil veces, son una especie diferente. Totalmente diferente –lo interrumpió el otro, y dio una pitada al cigarrillo. En ese momento un teléfono público que se encontraba a cinco pasos de donde estaban, comenzó a sonar. Los hombres se miraron realmente extrañados.– ¿Pero… a quién se le ocurre…? –dijo el alto entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño. Se dio vuelta para observar la máquina.–Esto me hace acordar a una película o algo que vi en la tele… una de terror, creo… –dijo el otro pero casi sin prestarle atención al timbre insistente del teléfono. –bueno qué se yo, alguien se debe haber equivocado de número… –El teléfono sonó unas veces más y se detuvo.– ¿Ves?, ya cortaron… –continuó echándole una mirada rápida al teléfono –eh, ¿qué te iba a decir…? –pero lo interrumpió de nuevo el sonido del timbre del teléfono. El alto se dio vuelta otra vez y caminó unos pasos hacia el teléfono diciendo:–Quizás sea algún tipo de emergencia o esté andando mal el aparato… – tomó el auricular y se lo llevó al oído.Nada.Simplemente no se escuchaba nada– ¿Hola?... ¿hola?... –entornó un poco la cara sin llegar a ver a su amigo, al cual le estaba dando la espalda ahora, y le dijo –me parec…–Estática.Pero no sólo eso. Había algo más. Sonaba como unos sollozos, muy leves al principio, pero que iban aumentando en volumen. De repente le pareció que el llanto no era tal en verdad. Era una risa, que empezaba en el fondo de algún abismo y se levantaba cada vez más fuerte, cada vez más malvada, cada vez más aterradora. En algún momento sintió que el cigarrillo se le resbaló de la mano.Escuchó un chasquido y de repente, de nuevo, nada.Se sintió más cansado que jamás en su vida. Notó que tenía la garganta seca y un gusto amargo en la boca. Se quedó así, con el auricular apoyado en la oreja unos segundos y luego colgó el teléfono. Se dio media vuelta como en cámara lenta. Miró al lugar donde se suponía que estaba su amigo, pero no había nadie. Casi entró en pánico, realmente confundido y aterrorizado. Eso era lo que sentía. Verdadero terror. Miró hacia la puerta de vidrio y ahí estaba su amigo, entrando con otra persona, hablando como si nada. Se apuró y en unos segundos alcanzó la puerta y lo vio a través del cristal. Sí, era su amigo caminando junto con otro hombre y ya estaban por la mitad del hall de entrada. El terror lo invadió de vuelta cuando se dio cuenta que el otro hombre era él mismo.
Un clon perfecto, vestido con el traje azul y los zapatos negros que él mismo se había puesto esa mañana. Abrió la puerta de manera brusca y caminó unos pasos cuando el guardia de seguridad le cerró el paso.–Disculpe, pero debe estar autorizado para ingresar, y seamos sinceros –soltó una pequeña risa –usted, eh…, señor, no está autorizado para hacer nada en mi empresa –dijo de mala manera.Desconcertado, lo miró al gordo a los ojos. Un odio tremendo surgió en él, probablemente debido a la frustración y la confusión por toda la situación.–Pero quién te dijo que esta es tu empresa, pedazo de mierda… –dijo levantando la voz más de lo que en realidad quería. En ese momento su amigo se dio vuelta para ver el espectáculo. El otro hombre también, y vio su propia cara mirándolo, divertido. De repente el rostro del clon pareció convulsionarse, debajo de la piel, y se transformó. Debió haber durado tan sólo unos segundos, pero para él fue suficiente para recordarlo por el resto de su vida. Se formó una sonrisa enorme, literalmente de oreja a oreja, y a través de la boca de aquel monstruo se asomaban varias filas de dientes enormes, afilados y bien blancos, como la boca de un tiburón. Pero lo peor eran los ojos. Conservaban todavía la silueta humana, pero carecían de parte blanca. Eran completamente negros, casi tan abismales y oscuros como el lugar de donde provenía aquella criatura.Y sintió terror de nuevo.No pudiendo articular palabra, siquiera moverse, se quedó mirando mientras su amigo y la criatura se daban vuelta y se encaminaban a la escalera. Los perdió de vista.
El gordo grasiento lo acompañó fuera del edificio mediante una serie de empujones bruscos. Una vez afuera, dio unos pasos hacia atrás y observó como el guardia de seguridad le cerraba la puerta en la cara, con una actitud desafiante. Estaba por lanzar otro insulto, cuando algo le llamó la atención. Miró, esta vez no a través del cristal, sino sobre el cristal, y vio algo que, por más abrumador que hubiese parecido, ya dentro suyo, intuía. Su reflejo. El reflejo de un perfecto desconocido.
Fin.
JC
xo-
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