La estatua.
Acababa de poner un puestito de flores, justo afuera del cementerio de la Chacarita, sobre la Avenida Garmendia. Era un puestito modesto, nada estrafalario ni gigantesco como esos que se ven ahora en estos tiempos. Simplemente un puestito. Pero podía mantener así un estilo vida igualmente modesto. Era una persona normal, aunque nunca se consideró optimista. Amigos, pareja, familia, trabajo; no necesitaba nada más.
Solía tomarse unos veinte o treinta minutos para almorzar al mediodía. Y a veces solía pasearse por el cementerio durante ese tiempo, cuando el clima era bueno. Observaba los nichos, las cruces, incluso las estatuas. Las estatuas. Era lo que más le interesaba. Sentía que tenían una belleza etérea, ahí posando eternamente para que cada persona que pasase, se maravillara con su presencia. Durante uno de sus descansos, se adentró en el cementerio un poco más que las demás veces. Se encontró con un sendero de adoquines. Unos de los más viejos del cementerio, según supo esa tarde. Había pasado un poco más de quince minutos desde que se había tomado el descanso. Decidió volver al puesto, pero también decidió que volvería al camino otro día.
No muchos días después, retomó el viaje y se encontró con un sendero largo y serpenteante de adoquines. A lo lados había cruces y lápidas y observó cada detalle mientras caminaba. A medida que avanzaba, los adoquines se hacían a un lado, y el pasto se colaba entre ellos; al final del camino, al lado del último adoquín visible entre la hierba, se encontraba lo que parecía ser un banco de mármol blanco, con unas finas venas verdes y rosadas. Al acercarse más se dio cuenta de que había habido inscripciones en un lado del mismo, pero que eran ilegibles, seguramente debido a la erosión y la falta de cuidado. Entonces se le ocurrió pensar que sobre el banco de mármol debería haber una estatua.
A partir de ese momento, se obsesionó con la estatua que no estaba. Preguntó a cuanta persona se cruzaba en el cementerio (trabajara o no allí), pero ninguno le pudo dar una respuesta concreta; ya sea porque realmente no sabían o porque realmente no les interesaba. Cada vez más seguido se adentraba en el cementerio, en su descanso para almorzar. Los minutos se transformaron en horas rápidamente y se pasaba la mayor parte del tiempo reflexionando sobre la estatua. Y por momentos se volvía optimista y se subía al pie de mármol e imaginaba que la estatua estaba de tal o cual forma, que dilucidaba las historias sobre la persona a la cual estaba dedicada, que descifraba las inscripciones del mármol. Amigos, pareja, familia, trabajo; todo eso ya no parecía interesarle; sólo la estatua. Y no pasó mucho tiempo hasta que ya no le molestaba el frío, o el calor, ni la lluvia ni el hambre. Ya no necesitaba dormir, ni siquiera moverse. Ya no necesitaba nada más. Y si alguna persona lo suficientemente curiosa se adentraba en el cementerio, y caminaba por el sendero de adoquines –en medio de los cuales se colaba hierba –hasta el final del camino, hubiese encontrado, junto al último adoquín, un banco de mármol blanco y finas venas verdes y rosadas con inscripciones ilegibles, y sobre éste, una hermosa estatua de la misma piedra, con el rostro desgastado por el tiempo.
Fin.
JC
*End Of Transmission*
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