Summertime

Prólogo.
“And if their Heaven ain’t got a vacancy then we just get up and go”

-Cariño, ya llegamos – escuché decir a mi madre a través de los auriculares que llevaba puestos.
Suspiré. Abrí la puerta del auto sin ganas y, tomando mi mochila (prácticamente vacía), me bajé.
-¡Qué tengas un buen día! – oí que mi madre exclamó antes de que su voz se apagara al cerrar la puerta del antiguo auto que había conseguido en una rebaja.
Recuerdo muy bien ese día. Tenía apenas once años, y había insistido a mi madre que me dejara acompañarla a comprar lo que sería el primer auto de la familia. Recuerdo haber estado muy emocionado por la idea de ya no tener que caminar a todo lugar al que fuéramos.
Un vendedor se acercó instintivamente a mi madre.
-¿Están buscando un auto nuevo? ¿Algo lujoso, quizá? El niño parece muy emocionado… - dijo.
Yo no ayudaba al propósito de mi madre. Todo lo que hacía era corretear de un auto a otro, cada uno con más y más cifras de valor. Con el rabillo del ojo pude divisar que mi madre sonreía ante el comentario del vendedor.
-No. Más bien estaba buscando algo económico… ¿quizá un auto usado? – sugirió mi madre.
-Por favor, Señora… - el vendedor hizo un ademán para que mi madre dijera su nombre.
-Mitchell – agregó mi madre.
-Mitchell. Los precios de nuestros autos nuevos son bastante accesibles – intentó convencerla.
-¿Qué hay de aquél auto? – preguntó mamá luego de esbozar una sonrisa educada. – Se ve como un buen compañero de viaje.
Mi madre le había echado el ojo a un viejo y descascarado chevy del ’67. Corrí a su lado a ver qué auto había elegido para comprar. Y cuando lo vi, admito, fue un poco desilusionante. No que esperara un auto nuevo, sabía que no podíamos costear uno, pero ese pedazo de hojalata se veía demasiado destartalado incluso para intentar venderlo.
-Oh… ¿eso? – preguntó con desánimo el vendedor, torciendo su boca en una mueca de disgusto.
-Ajá – confirmó mi madre.
-Está cuatro mil dólares – anunció.
Mi madre inspeccionó el auto con ojo experto. No es que quiera alabar a mi madre por el simple hecho de ser mi madre, pero admito que se merece un par de rosas y aplausos por saber tanto sobre autos. Su padre, es decir: mi abuelo había sido mecánico y aficionado de los autos toda su vida. Le había enseñado más que un par de cosas, como para que no pueda engañarla un vendedor avaro.
-¿Puedo? – preguntó mi madre señalando el capote.
-Eh… sí… eh… seguro – contestó el vendedor desconcertado.
Mi madre abrió la tapa y analizó su interior.
-Bueno – comenzó. Ésta era una de las cosas por las cuales había insistido en acompañarla, simplemente el hecho de verla desplegando sus conocimientos, me hinchaba el pecho de orgullo – Los cables están en mal estado, el carburador se ve como que no soportará más de un par de quilómetros, y – se paró a un costado, y señaló la cola del auto – El tanque está pinchado – Evidentemente algo goteaba del auto. Cerró el capote con un golpe secó y concluyó – No pagaré por él más de dos mil cuatrocientos dólares… tal vez dos mil quinientos –
Sonreí al ver cómo al hombre se le salían los ojos de las órbitas.
-Parece que no puedo engañarla. Se lo dejo a dos mil. – dijo.
Mi madre aceptó y pagó en efectivo. El vendedor dijo que nos traerían el auto en un par de semanas.
“Me encargaré personalmente que llegue a la puerta de su casa. La batería está destrozada.” – había dicho antes que mi madre le diera los billetes.
Tras algunos arreglos, una buena capa de pintura, y mucho, mucho amor, el auto había salido adelante. Y allí se alejaba por la calle, haciéndose pequeño, con ese bello ronroneo procedente del motor. La envidia de muchos.
Sin embargo, a los chicos que ingresaban al colegio no parecía importarles quién era el propietario de tal auto, y mucho menos yo. Así que subí el volumen de mi reproductor de mp3 y dejé que la música fluyera por mis venas.
La escuela no era algo que no me importara, pero definitivamente era algo que no me interesaba. Nada de lo que me enseñaran me llegaba tanto como una buena canción.
Era mi primer día en esa escuela. Mi madre y yo acabábamos de mudarnos a Belleville, New Jersey. Escapando de mi golpeador padre, con una orden de restricción de un estado de distancia. Sabía que extrañaría Lawrence, pero no tanto como me alegraba poder llevar una vida sin tener miedo a volver a casa.
Nunca me había cambiado de escuela antes. No había hecho amigos desde la primaria, no sabía si recordaría cómo hacerlo.
Caminé por el mar de estudiantes sin prestarle especial atención a ninguno, ni siquiera miraba sus rostros. Me dirigí derecho a mi casillero, tenía mi horario y su combinación anotados en un papel hecho un bollo en un de los bolsillos traseros de mi jean. Cuando llegué al casillero adecuado, alguien se encontraba recostado sobre él.
El chico me había visto llegar, pero fingió no percibir mi presencia. No quería armar un escándalo y mucho menos ganarme enemigos el primer día de clases; por lo que, apagué mi música, retiré los auriculares de mis oídos, y pregunté educadamente.
-Disculpa, ¿es este el casillero cuarenta y tres? – a sabiendas que se trataba de hecho del casillero cuarenta y tres.
-¿Quién pregunta? – respondió prepotente, cruzando los brazos a través de su pecho.
Muchas respuestas impertinentes cruzaron mi mente, pero como ya dije antes: no quería armar un pleito.
-¡Oh! ¡Chico nuevo! – exclamó tras echarme una ojeada desaprobadora. - ¿sabes lo que hacemos con los chicos nuevos aquí? – preguntó acercando su rostro al mío, desafiante.
Simplemente me quedé ahí parado. Por suerte, la campana sonó sólo unos segundos después, y el chico se marchó sin decir nada, pero con una sonrisa triunfadora dibujada en su rostro de niño popular.
Abrí mi casillero sin apuros, y guardé mi mp3, mis auriculares, y un libro de historia que mi madre me había obligado a llevar. Ni siquiera tenía Historia ese día. Mi primera clase era Cálculo.
La clase de Cálculo era la mejor de todas para empezar el día. Era una materia que no muchos alumnos tomaban, y en su mayoría eran indefensos nerds; por lo que no me llevaría ninguna sorpresa como más temprano a la mañana.
El resto del día transcurrió tranquilo, no volví a cruzarme al chico molesto del casillero, para mi gusto. Bueno… el almuerzo fue otra historia.
Había salido temprano de mi clase de Literatura, por lo que cuando llegué al comedor, estaba prácticamente vacío. Me senté en una mesa a disfrutar de la asquerosa comida que servía la cafetería, mientras el comedor comenzaba a llenarse de adolescentes muertos de hambre. Casi acababa con esa… cosa que las cocineras llamaban (muy erróneamente, en mi opinión) “gelatina”, cuando alguien apoyó una bandeja de manera exageradamente fuerte, frente a la mía. Levanté la vista sólo para constatar que se trataba de la misma persona que en los casilleros.
-Comenzaste con el pie izquierdo, inútil – enunció – Esta es nuestra mesa – dijo señalándose a él y al grupo de gente que se encontraba a sus espaldas.
Me levanté silenciosamente, para dejarle libre su dichosa mesa, que nada de especial tenía, pero el tipo volvió a sentarme de un empujón.
-¿Te estás burlando de mí? – preguntó agresivamente.
De acuerdo, sé que puedo ser muy locuaz con mis gestos, y casi nunca me guardo una expresión, pero esta vez juro que no hice nada. Bueno, al menos, no hasta que él me acusó de hacerlo.
-De acuerdo, si tienes problemas de manejo de la ira, no te desquites con el nuevo – le dije, definitivamente no esperando la respuesta que eso desencadenaría.
¿Cómo explicarlo de manera resumida? Sus ojos se inyectaron en sangre, cuando dos de sus “colegas” esbozaron media sonrisa (supongo sabían lo que se venía), y acto seguido partió mi cara de un puñetazo.
Trastabillé hacia atrás, y apenas estaba comprobando que no me había roto la nariz cuando me embocó otra trompada en la quijada, haciéndome caer al suelo. Voy a admitir que me levanté para correr en la otra dirección, pero al escuchar las risitas del resto de los estudiantes, me abalancé contra él. Un intento fallido, por su puesto, porque me llevaba como una cabeza de altura, y además sus amigos matones se lanzaron hacia mí como depredadores, y entre los tres comenzaron a golpearme.

xo-

*End Of Transmission*

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